La mano oye también, Eduardo: la rigurosa soledad de este trazo que conduce de tu sombra a tu nombre, con la abulia del sol, con la mudez de los días. Votes: 18
Y te aferras a lo que dices, aunque exponga tu su- ciedad, áurea, porque no hay descalabro más be- nigno, y porque, ante el agravio de la soledad y la querella del tiempo, lo que dices, Eduardo, apa- cigua el tiempo. Votes: 12
Dices que esta noche has pensado en ella, siendo ella otra, cualquiera, tú; siendo muchas, nadie, sien— do nunca. Votes: 12
Dices que el agua que bebes se transforma en tinta, pero que la tinta, después, se convierte en lava. Votes: 12
Qué difícil, Eduardo, es arrancarte de ti. Con qué te- nacidad persistes en tu insolencia, en tu subordi- nación. Votes: 9
Dices para callar. O para que no te pregunten. (O para no preguntarte tú: te sorprendería la respuesta que ya conoces). Votes: 6
La palabra se pospone: su violencia es su ocultación. Votes: 3